Estimado y Distinguido Doctor

Le escribo para contarle una historia. Mi historia: la de un muchacho que empezó a estudiar Derecho en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora hace ya varios años, y que en una de sus tantas clases, tuvo el honor de descubrir a un profesor -debo confesarlo- que me sorprendió por su manera particular de dictar sus clases. Tan común, humilde y sencillo frente a aquellos estudiantes precoces. Y que, sin saberlo, me marcaría de modo tan grande, haciendo que le deba tanto en mi vida.

Ese profesor resultó ser ni más ni menos que "un Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires" que al finalizar su hermosa clase no tuvo ningún reparo en quedarse conversando con algunos de sus alumnos, contando historias de vida y de su profesión de Magistrado.

Pero esto no quedo ahí. Sin saberlo, una seguidilla de coincidencias continuarían ligándome a su persona.

Ya adentrada la cursada de sus clases a las cuales no faltaba nunca, una tarde nos encomendó realizar un trabajo en grupo. En ese grupo que formamos tuve la dicha de conocer a la mujer de mi vida, mi esposa, madre de mis dos hijos: hermosa, incansable e incondicional compañera de vida, a la cual le debo el empuje que, sin dudarlo ni esperar nada a cambio, me brinda día a día, y con quien desde hace ya diecisiete años no me separo ni me separaría.

Seguido a ello habiendo terminado de cursar su cátedra de Filosofía, logramos (mi esposa y quien le escribe) ingresar al tan añorado Poder Judicial. Ingresos que fueron felicitados y bien augurados por su distinguida persona con muy atentas cartas durante una de sus presidencias en nuestra honorable Suprema Corte y que hoy en día conservamos con gran honor.

Hoy con una hermosa familia, con mucho esfuerzo tanto de mi amada esposa como de quien le escribe, con dos hijos preciosos, fruto de nuestro amor, recibido de abogado, (ese galardón tan ansiado y dificil de alcanzar, al menos para mí), ferviente enamorado de esta hermosa profesión, solo pretendo agradecerle profundamente por su tan digna labor tanto como docente universitario, como Magistrado, Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.

Y lo que es más relevante aún: por ser una persona tan humana, sencilla, justa y digna del más elevado respeto de estos mortales que tratamos de parecernos aun en lo mínimo a su persona.

Espero no haberlo molestado ni aburrido en sus labores diarias y dispense mi atrevimiento de escribirle esta misiva, que no busca otro fin que darle a conocer todo lo narrado.

Espero que la vida o la profesión nos vuelva a encontrar para continuar forjando nuestros destinos.

Lo saludo con el mayor de los respetos que me merece.


Dr. Diego Gabriel Ramos